El expresidente de Perú, Alberto Fujimori, falleció este miércoles a los 86 años debido a complicaciones cardíacas y respiratorias. Su muerte marca el fin de una era turbulenta en la política peruana, dejando tras de sí un legado controvertido que aún divide a la sociedad.

Fujimori, conocido como “el chino” por sus rasgos orientales, gobernó Perú con mano dura entre 1990 y 2000. Su mandato estuvo marcado por la lucha contra el terrorismo y la estabilización económica, pero también por graves violaciones a los derechos humanos y escándalos de corrupción.

El exmandatario había sido liberado de prisión en diciembre de 2023, donde cumplía una condena de 25 años por crímenes de lesa humanidad. A pesar de su avanzada edad y recientes problemas de salud, incluyendo una operación de cadera en julio pasado, Fujimori había manifestado su intención de postularse nuevamente a la presidencia en las elecciones de 2026.

Su trayectoria política estuvo marcada por contrastes. Mientras sus seguidores lo consideran el salvador de Perú frente al terrorismo y el colapso económico, sus detractores lo señalan como un autócrata que abusó de las instituciones democráticas para perpetuarse en el poder.

El “autogolpe” de 1992, que llevó al cierre del Congreso y la intervención del Poder Judicial, fue uno de los episodios más controversiales de su gobierno. Este acto, aunque criticado internacionalmente, contó con el respaldo de una parte significativa de la población peruana.

La caída de Fujimori comenzó en 2000 con la difusión de los “vladivideos”, que revelaron la red de corrupción liderada por su asesor Vladimiro Montesinos. Tras huir a Japón y renunciar a la presidencia por fax, fue extraditado a Perú en 2007 para enfrentar cargos por violaciones a los derechos humanos y corrupción.

En sus últimos años, Fujimori enfrentó múltiples problemas de salud, incluyendo operaciones por una condición precancerígena en la lengua y complicaciones cardíacas. Su fallecimiento cierra un capítulo controvertido en la historia peruana, pero el debate sobre su figura y su impacto en el país sudamericano está lejos de terminar.

El legado político de Fujimori continúa a través de sus hijos, Keiko y Kenji, quienes han seguido sus pasos en la arena política, enfrentando sus propios desafíos legales y manteniendo viva la polarización que caracterizó la era de su padre.