A pocos días del fallecimiento del papa Francisco, la Iglesia católica se encuentra inmersa en un escenario de marcada tensión interna. El próximo cónclave, previsto para la primera semana de mayo aunque sin fecha oficial confirmada, se perfila como uno de los más polarizados de los últimos tiempos, con dos bloques claramente definidos y visiones enfrentadas sobre el rumbo de la institución.

La muerte de Jorge Mario Bergoglio, líder de la Iglesia desde 2013, ha dejado al descubierto divisiones que se gestaron durante su pontificado. Mientras un grupo de cardenales busca continuar el legado de reformas, apertura y descentralización impulsado por Francisco, otro sector —de corte conservador— aspira a corregir lo que consideran desviaciones en doctrina y gobierno.

Tensión previa al cónclave: un hecho poco habitual

A diferencia de los cónclaves de 2005 y 2013, donde prevalecía la reserva y el consenso previo al encuentro, en esta ocasión varios cardenales han expresado abiertamente sus posturas. Esto ha elevado el tono del debate incluso antes del funeral del pontífice fallecido.

El cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, aunque no participará del cónclave por superar los 80 años, expresó su esperanza de que se continúe el trabajo de Francisco, especialmente en torno a la sinodalidad, concepto que promueve mayor participación de laicos y mujeres en la vida de la Iglesia. Esta visión es respaldada por una gran parte de los cardenales de América Latina, región que contará con 21 electores.

Sin embargo, el ala conservadora, representada por figuras como el cardenal alemán Gerhard Ludwig Müller, critica duramente esa dirección. Para Müller, la sinodalidad es una “peligrosa democratización” que pone en riesgo la estructura jerárquica de la Iglesia. Además, cuestiona la gestión de Francisco en temas como el papel de la mujer, la homosexualidad y la doctrina.

Una elección compleja: sin mayorías claras

De los 133 cardenales que participarán en el cónclave, el 79 % fueron designados por Francisco. Aun así, no existe una mayoría asegurada, ya que se requieren al menos 89 votos (dos tercios) para elegir al nuevo Papa. La disputa, por tanto, dependerá del bloque moderado, que podría inclinar la balanza hacia una figura de consenso.

Entre los nombres que más suenan está el del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, considerado una figura de equilibrio entre continuidad y tradición. También se mencionan candidatos conservadores de fuera de Europa, lo que podría marcar un cambio en la geografía del liderazgo eclesiástico.

A pesar de las divisiones, uno de los objetivos centrales del próximo cónclave será garantizar la unidad. El temor a un cisma dentro de la Iglesia es latente, y la elección del nuevo Papa será determinante para el rumbo futuro del catolicismo a nivel global.